La película de Tim Burton, Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005), es una adaptación del clásico libro de Roald Dahl que ha cautivado a generaciones. Sin embargo, más allá de su superficie de fantasías dulces y personajes coloridos, la película esconde una narrativa racial compleja que nos lleva a reflexionar sobre la representación de la raza y la clase en el cine infantil.
La película presenta un entorno predominantemente blanco, donde Willy Wonka, el excéntrico dueño de la fábrica de chocolate, y los cinco niños seleccionados para el tour, incluyendo Charlie Bucket, son todos blancos. Esta elección de personajes establece una jerarquía racial implícita, asociando la blancura con el éxito y la posición dominante en la sociedad.
La presencia de los Oompa Loompas, los trabajadores de la fábrica, aporta una capa adicional de complejidad. Estos personajes, de piel oscura y de baja estatura, son representados como una población uniforme y sumisa, trabajadora por un salario de cacao, su bien más preciado. La película juega con los estereotipos de la inmigración y la explotación laboral, evocando asociaciones con la historia colonial y la explotación de la mano de obra barata en el contexto del presente.
La película, además, presenta una subjerarquía racial dentro de los personajes blancos. Los niños que no cumplen con las expectativas de Willy Wonka sufren transformaciones físicas, como cambios de color de piel o deformidades, que los vinculan a la categoría racial "no blanca" y los sitúan en una posición inferior.
Charlie Bucket, en contraste, se presenta como un niño blanco, humilde y moralmente íntegro. Su comportamiento virtuoso, la generosidad y su pertenencia a una familia tradicional, lo posicionan como el salvador blanco, el merecedor del premio final: la herencia de la fábrica.
La película, a través de sus personajes y su trama, transmite un mensaje subliminal sobre la superioridad de la blancura, especialmente la del protagonista, un niño británico de clase trabajadora. Se enfatizan la moral cristiana, la heterosexualidad y la familia tradicional como valores asociados a la blancura ideal, contrastando con la figura del excéntrico y posiblemente homosexual Willy Wonka, que se presenta como un personaje “extraño” y que, al final, se integra a la familia de Charlie, como si fuera un personaje que necesita ser "arreglado".
En conclusión, Charlie y la Fábrica de Chocolate, más allá de su apariencia mágica y encantadora, es una película que refleja una compleja narrativa racial. La película presenta una jerarquía racial donde la blancura es asociada con el éxito, la moral y la familia tradicional, mientras que las otras razas, representadas por los Oompa Loompas, son relegadas a posiciones de inferioridad. La película, entonces, se convierte en un ejemplo de cómo las películas infantiles, a pesar de no ser explícitamente racistas, pueden reproducir sutilmente mensajes sobre la superioridad de la blancura.
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